La redacción de la revista cultural digital del CECC, MURCIÉGALO, nos invita a la presentación de su número 3, Especial 2010, misma que se llevará a cabo este simbólico 13 de septiembre a las 18:00 horas en las instalaciones de dicha universidad, Valle 12, colonia Jardines del Pedregal, en contra esquina del CCH Sur. Invitamos a todos aquellos que les interesa, a asistir.

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PorfirioRev2009LEOPOLDO SILBERMAN

En el Cementerio de Montparnasse, en París, está sepultado don Porfirio Díaz, muerto en 1915. Lejos del suelo que le vio nacer, el ex mandatario descansa entre otras figuras ilustres como Honoré de Balzac, Julio Cortázar, Guy de Maupassant, Charles Baudelaire o Simone de Beauvoir. Sigue, a pesar de los años, en el purgatorio de nuestros héroes, sin reconocérsele merito alguno, o al menos no aquellos que le llevaron a la cima de su carrera militar y política. Aquel que osara regresar sus restos encontraría, quizá, una fuerte crítica por parte de todos aquellos que, como consecuencia del triunfo de la Revolución Mexicana, hallan en la figura de Díaz el origen de todos los males que aquejaban y aquejan a nuestra nación. Mismo fue el caso de Iturbide o Santa Anna en su momento.

Con motivo de la conmemoración del aniversario número 147 de la batalla de Puebla en la que las armas mexicanas se cubrieron de gloria, deberíamos aprovechar para recordar a personajes como Díaz, quien no siempre fue el anciano tapizado de medallas de las imágenes más recurrentes y que alguna vez arriesgó su pellejo, como otros muchos patriotas, por defender al país, por expulsar al invasor que profanó con su planta el suelo mexicano. Ninguna estatua se erigió en su honor, aunque él se dedicó a levantar monumentos a los hombres de la Reforma y la Independencia. El mismo Juárez, de quien aprendiera tanto y con quien hubo tenido un enfrentamiento hacia 1871, recibió su Hemiciclo. Pero no levantó nada para sí. Sólo quedó en proyecto.

Porfirio Díaz Mori nace en Oaxaca en 1830. De cuna humilde, trabaja desde pequeño para ayudar a su madre en la manutención del hogar tras la muerte de su padre, José de la Cruz. Es un joven vivaz que aprende varios oficios, aunque pronto ingresa a las filas del Seminario de su ciudad natal. Ahí recibe la noticia de que el ejército norteamericano ha invadido nuestro país. Porfirio no duda en alistarse para servir en las Guardias Nacionales, aunque no es llamado a combatir. Seducido por las ideas liberales profesadas por el abogado Marcos Pérez, renuncia a ser seminarista para inscribirse en el Instituto de Ciencias y Artes de Oaxaca. Quiere ser abogado.

Ahí conocerá a otro hombre que habrá de influir mucho en su formación: Benito Juárez García, ex gobernador del estado y catedrático del Instituto. Los ires y venires de los años siguientes le llevan a apoyar al Plan de Ayutla que buscaba la renuncia de Antonio López de Santa Anna. Al triunfo de los revolucionarios, adquiere su primer puesto público: subprefecto de Ixtlán. Pero sus inquietudes van más allá de lo meramente administrativo y, tras el estallido de la guerra de Reforma, Díaz se une al bando liberal y comienza una trepidante carrera militar, que le ha de llevar a alcanzar el grado de general de brigada en 1861. La lucha llegó a su fin y Porfirio es, por breve tiempo, diputado; no obstante, la noticia de la llegada de la Alianza Tripartita (integrada por Inglaterra, Francia y España) a las costas de Veracruz le hace regresar al ejército, donde encontraba su razón de ser.

Rotas las negociaciones entre mexicanos y franceses, combate a los invasores en las Cumbres de Acultzingo. Es la primera acción de armas de una guerra que habría de durar cinco años. A su lado está su hermano Félix (ex cadete del Colegio Militar), quien habiendo militado en las filas conservadoras, se une a la defensa de la patria. El 5 de mayo de 1862 participa en la batalla de Puebla, bajo el mando de Ignacio Zaragoza. Un año más tarde, caerá junto a la angelópolis tras el terrible sitio que impuso el ejército de Napoleón III. Cae prisionero, escapa. Organiza una guerrilla. Vuelve a caer preso. Se evade una vez más. Hacia 1865 su estrella comienza el ascenso al punto más alto: triunfa en numerosas batallas, destacándose Miahuatlán, La Carbonera y Oaxaca. El 2 de abril de 1867 derrota a Leonardo Márquez en Puebla. Es un héroe, dicen. El tiro de gracia al Imperio lo da Porfirio al tomar el último baluarte de Maximiliano: México. Tras esta acción, y con el triunfo final de Juárez y sus liberales republicanos, Porfirio Díaz ocupa un lugar central en la vida nacional. Muchos se preguntan: ¿y si él gobernara?

Nunca quise, en realidad, hablar de la ropa interior de Porfirio Díaz. Sólo quería acaparar tu atención, lector, para que conocieras un poco más de un mexicano del que has oído hablar en incontables ocasiones, aunque suela darse un lugar más importante a su gobierno, su ambición o sus firmes y polémicas decisiones políticas. Yo no lo juzgo ni lo defiendo; mi único deseo es que tú, lector, lo conozcas un poco más. Esa es la Historia.

Artículo publicado originalmente en la revista CECC COMUNICA, México, CECC, no.55, mayo 2009

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POR LEOPOLDO SILBERMAN

El  27 de septiembre de 1821 hizo su entrada triunfal a la ciudad de México el Ejército Trigarante, a cuya cabeza se encontraba el general Agustín Cosme Damián de Iturbide y Arámburu, criollo vallisoletano que, luego de militar en las filas realistas, optó por unirse a su antiguo enemigo de armas, el insurgente Vicente Guerrero, y consolidar de una vez por todas la independencia nacional.  Cualquier ciudadano común, medianamente instruido en Historia de México, sabe cuál sería el destino del libertador: luego de su actuación en pro de la creación de una nueva nación (del Imperio Mexicano, como fue llamado originalmente), Iturbide presidió la Regencia para más tarde ser escogido “espontánea y libremente” emperador. Claro, dicha aclamación fue liderada por el sargento Pío Marcha, un incondicional de Iturbide. Una vez ungido, Agustín I (con capa, trono y toda la hermosa parafernalia imperial) comenzó a gobernar un país descompuesto por la lucha que por once años lo había asolado.

Era el libertador, etiqueta que ni siquiera don Vicente Guerrero podía disputarle. Pero no pasaría mucho tiempo antes de que sus propios seguidores, como el entonces joven brigadier Antonio López de Santa Anna, le depusieran y formularan otro experimento de nación: la República. El experimento imperial terminó con la abdicación del general Iturbide y su posterior fusilamiento en Padilla cuando, como Napoleón en los Cien Días, regresó a la patria con intenciones de restablecerse en el poder. Su nombre pasó a la Historia, más la misma lo condenó a un lugar secundario. Muchos quisieron olvidar su antigua filiación iturbidista; tantos otros la negaron enfáticamente. Pasó don Agustín del cielo de nuestros héroes al inframundo de nuestros antihéroes.

            Al cumplirse los primeros cien años de la Consumación de la Independencia Nacional, el general sonorense Álvaro Obregón presidió los festejos del Centenario. Quizá no fue tan deslumbrante como el de 1910, más es preciso señalar que el Estado echó la casa por la ventana para dar realce al evento. Era la oportunidad idónea para que el presidente mostrara el mundo que la guerra interna era cosa del pasado, que la Revolución había llegado a su fin. Iturbide se había ganado el papel de Padre de la Patria aunque por sus pretensiones políticas le haya sido arrebatado y sólo se le concediese al iniciador de la gesta, Miguel Hidalgo y Costilla. Obregón estaba en vías de escribir con letras de oro su propio nombre al dar fin a la lucha comenzada por el Apóstol de la Democracia, Francisco I. Madero y consolidar a la nación dándole instituciones fuertes y transformando la Revolución en trabajo. Sí, era su oportunidad.

            Por ello, los festejos incluyeron exposiciones, congresos, funciones de teatro, inauguraciones de obras públicas, conciertos, desfiles, actos de beneficencia pública, discursos… Aunque no se mencionó el nombre de Iturbide en ningún momento, la alusión velada era evidente: don Álvaro encabezó un desfile militar con 16,000 efectivos que recorrió las calles de la ciudad tal y como lo hizo el Ejército Trigarante en 1821. Mismo número de tropas, un caudillo distinto a la cabeza: Iturbide había perdido todo lo ganado al intentar detentar todo el poder; Obregón no cometería el mismo error, al menos de momento. Que gobernaran las instituciones, no los hombres, fue su misión. Hacia allá encaminó sus pasos. No obstante encontró una desviación en su camino y la tomó. Grave error del general. Mientras Iturbide murió en el paredón, Obregón lo hizo también de manera violenta: las balas de José de León Toral le acribillaron quitándole la vida. Fanatismo religioso, dijeron. ¿Será?

ARTÍCULO PUBLICADO ORIGINALMENTE EN LA REVISTA CECC COMUNICA, ABRIL 2009, NÚM. 54 [EN PRENSA] BAJO EL TÍTULO «ENTRE CONSUMADORES TE VEAS: OBREGÓN E ITURBIDE»

LOS ALEVANTADOS

Publicado: marzo 7, 2009 en RECUERDOS DE UNA PATRIA

POR PRÓCULO CIENFUEGOS

Sí, eso pasó en el año en que mi padre llegó a México. Pero fue hasta mi adolescencia cuando encontré mi verdadera vocación como voceador. Las buenas y malas nuevas iban y venían como las hojas de los árboles de la Alameda en otoño y yo, de apenas quince años, me reincorporaba a la vida laboral trabajando para don Ireneo Paz en su diario La Patria. Decían entonces que todo eso que habíamos vivido estaba por cambiar, decían que habría grandes cambios… ¡Vaya que sí! No habían pasado más que unos meses cuando don Pancho Madero inició la lucha en contra del general Díaz y, con él, muchos otros comenzaron a levantarse a lo largo y ancho de la República. ¡Puros revoltosos!- decía mi padre cada vez que leía las noticias. Sin embargo, recuerdo claramente que a mí los ojos se me llenaban de emoción cuando oía hablar de los «alevantados», como solían decirle en el barrio en que vivía a aquellos que se unieron a la tan polémica revolución. Como era natural en su momento, nada me ilusionaba más que unirme a esa lucha que, en realidad, no entendía del todo. Sólo me guiaba el instinto, mismo que me gritaba que no podía hablarse de libertad, de igualdad, de justicia, en un país donde un solo hombre (o un solo grupo) tomaba las decisiones por encima del resto. Era idealista, no cabía duda, pero el tiempo se encargaría de enseñarme que la ambición de poder es natural en el hombre. 

Continuará

POR GUADALUPE CARO

 

Una de las fuentes primarias más importantes que se tienen para encontrar huellas de nuestro patrimonio musical es la prensa periódica, tanto las revistas como los periódicos. Durante la segunda mitad del siglo XIX surgieron muchas revistas femeninas, esto es, revistas que específicamente en sus títulos designaban al público lector, en este caso, a las mujeres. Así se tienen títulos variados como: el Semanario de las Señoritas Mejicanas, el Panorama de las señoritas, el Presente amistoso dedicado a las señoritas mexicanas, la Semana de las Señoritas Mejicanas, entre otras.  Los contenidos de estas publicaciones eran variados, al igual que sus objetivos, pero de manera global, se puede decir que la mayoría de estas publicaciones tenían como misión la educación de la mujer. Entre las materias que constantemente aparecen en los contenidos de tales publicaciones se encuentra la de la música. Ahora bien, en varias de estas revistas femeninas es posible encontrar partituras, generalmente impresas en una hoja completa. Cabe mencionar que estas composiciones musicales tienen nombres y apellidos femeninos.

 

semanario

Es en el Semanario de las Señoritas Mejicanas Tomo II, se encuentra una composición, de la autoría de Margarita Hernández, cuyo título “Valse á la memoria de los desgraciados días del 15 de julio de 1840” está directamente relacionado con un acontecimiento importante acaecido justamente en esa fecha.[1]  Pero, ¿cuáles fueron esos desgraciados días?; para responder a tal interrogante podemos recurrir a la voz de Madame Calderón de la Barca quien durante su corta estancia en nuestro país elaboró una serie de cartas donde describe, entre otras cosas, su acontecer diario. [2]  Madame escribe el 15 de julio de 1840:

“REVOLUCIÓN en México; o Pronunciamiento, como le llaman. La tempestad que durante algún tiempo ha venido fraguándose, acaba de estallar (…) Ha comenzado el tiroteo! (…) todo el tiroteo se dirige contra Palacio. Todas las calles próximas a la plaza están llenas de cañones.”[3]

 

La descripción de Madame se refiera al Pronunciamiento del 15 de julio de 1840 de la Ciudad de México, encabezado por José Urrea y Valentín Gómez Farías en contra del régimen federal. Así pues, la mañana del 15 de julio de 1840 la población de la capital se despertó con la noticia del movimiento armado descrito por Madame. Después de un periodo de cárcel y de ser liberado por un grupo de soldados, Urrea se colocó a la cabeza del ejército mientras que, una vez encarcelado el otrora presidente Anastasio Bustamante, se instaló a Gómez Farías al frente del gobierno. Entre otras cosas, el Pronunciamiento se gestó a partir del creciente descontente contra el régimen centralista que se percibió concentrado en la figura del presidente Bustamante, cuyo gobierno comenzó la aplicación de una política impositiva que pretendía la obtención de mayores ingresos para el gobierno. Se sabe que dicha política consistía en el aumento de los gravámenes y tal disposición molestó principalmente a la esfera dominante.[4] Cabe mencionar que entre los protagonistas que tomaron parte en tal evento bélico se encontraba una buena parte del ejército, una buena parte de la población civil, a quien se instó a tomar las armas, y por supuesto, la esfera dominante.

            En el recuento que hace Madame Calderón de la Barca menciona que hubo tiroteo desde el día 15 hasta el día 26. El Pronunciamiento, como tal, concluyo el día 27.[5] Al escuchar el Vals de Margarita Hernández es posible notar ciertos elementos que podrían evocar este intenso tiroteo que menciona Madame. Por ejemplo, existe una sección donde Margarita juega con el ir y venir de los efectos en la intensidad del sonido, entre forte (fuerte) y piano (quedito), causando así una especie de tensión en la música que podría corresponder a estos momentos de actividad bélica.[6] Resulta difícil determinar si esta composición musical fue comisionada o pedida a Margarita, sin embargo, resulta evidente que hubo una intención de recordar tales hechos, es decir, esos “desgraciados días”.


[1] Margarita Hernández, “Valse á la memoria de los desgraciados días del 15 de julio de 1840”, Semanario de las Señoritas Mejicanas Tomo II, México: Vicente García Torres impr., 1841. [plegado después de la p. 368.]

[2] Francisca Erskine Inglis de Calderón de la Barca, Frances Calderón de la Barca, Marquesa de Calderón de la Barca.

[3] Madame Calderón de la Barca, La vida en México durante una residencia de dos años en ese país, México: “Sepan Cuantos”, núm. 74, Editorial Porrúa, 2006.

[4] Barbara Tenenbaum, México en la época de los agiotistas, 1821-1857, México: FCE, 1985, p. 81 y ss.

[5] Madame Calderón de la Barca, op. cit., p. 199-122.

[6] Tales efectos de intensidad son determinados como efectos dinámicos.

 

Consulta las notas y la bibliografía aquí

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Atribuida su creación a don Antonio de Toledo, marqués de Mancera y quien fuera virrey de la Nueva España hacia 1664, la mancerina es, simple y sencillamente, un conjunto de taza y plato unidos en la base de la primera de éstos. El prodigioso invento servía para que el chocolate no se derramase de las manos del virrey que, por cierto, se dice que temblaban. Sin embargo, nadie puede quitarle el mérito de servir para colocar, con acierto y gozo, cualquier tipo de bizcocho sobre su superficie, haciendo de la ingesta de la embriagante bebida una experiencia moderna y sin igual. En tiempos del padre Hidalgo, este magnífico instrumento seguía en uso…

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José Guadalupe Posada tenía 58 años cuando se conmemoró el primer Centenario del inicio de la lucha por la Independencia Nacional. Habiendo nacido en Aguascalientes, hacia las postrimerías del Porfirismo se convierte en una figura trascendental dentro del arte mexicano. Sirvió de inspiración para una pléyade de artistas nacionales, entre los cuales se encuentran Diego Rivera y José Clemente Orozco, en cuyas obras se ve plasmada su influencia expresionista.

Fue el iniciador de una fuerte corriente de grabado popular que halló en Leopoldo Méndez a su máximo exponente. Gran crítico de la sociedad de su momento, Posada trabajó en diarios nacionales como El Ahuizote, La Patria y El Jicote. Los primeros años de la Revolución Mexicana fueron también tratados por este artista cuyas […]

POR RODRIGO VEGA Y ORTEGA BÁEZ

Pocos son los que saben que la especia conocida popularmente en México como orégano (Origanum vulgare) es de origen mediterráneo, y por ende, traído a tierras americanas como parte de la tradición culinaria de los conquistadores españoles.

De toda la planta, lo que conocemos como orégano son las hojas, tanto secas como frescas, cuya peculiaridad son sus concentrados aroma y sabor. Esta hierba, generalmente deshidratada y molida con la que condimentamos varios guisados, es un arbusto achaparrado que mide aproximadamente 50 cm de alto y que en primavera le surgen pequeñas flores de color blanco o rosa.

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El uso de esta planta en México es remoto, por ejemplo, Mariano Galván, autor del conocido Diccionario de cocina, o el nuevo cocinero mexicano (1845), dedicó una página a su descripción botánica y a sus usos más comunes. El primer uso, de tipo culinario, es para preservar embutidos y sazonar los alimentos, “ora sea echando las ramitas frescas en los guisados, enteras o molidas, ora secas y pulverizadas”, como en el tradicional pozole.

Este guisado que consideramos tan mexicano es un buen representante de la cultura mestiza que vivimos día a día. Los ingredientes que lo componen provienen de las diversas culturas que entraron en contacto en la Nueva España. Originarios del mundo prehispánico están el maíz cacahuazintle, la cal, el aguacate y el chile. Provenientes de Europa se tomaron el cerdo, el pollo, la cebolla, los rábanos, la lechuga, el ajo y el orégano. Pero no solamente en México el Origanum vulgare forma parte de los recetarios de cocina, pues se le encuentra en las conocidas pizzas de Italia, los asados del norte argentino y las cocinas de España, Líbano, Grecia y el sur de Francia.

El segundo beneficio que menciona don Mariano es de tipo terapéutico, ya que también solía prepararse “hervido en agua a la manera de té para quitar los dolores digestivos o los ventosos”. Actualmente, esta especia es reputada por sus cualidades médicas, además de las digestivas, como antimicrobiano, antitumoral y antiséptico; expectorante en los casos de bronquitis y asma; diurético al eliminar toxinas del organismo; paliativo contra la anemia y utilidad tópica contra los dolores reumáticos y articulares. De esta manera, Galván, como las amas de casa de la época, percibieron la estrecha relación entre los usos médicos y los culinarios de varias especias, como la canela, el tomillo, el jengibre, el orégano, entre otras.

Frances Erskine Inglis, mejor conocida como la Marquesa Calderón de la Barca, vivió en México entre finales de 1839 y principios de 1842. Durante su estancia convivió con distintas personalidades de la sociedad capitalina. En las distintas reuniones a las que asistió se dio cuenta de que las casas mexicanas contaban con un jardín o huerto trasero en el que se cultivaban, tanto plantas de ornato como hierbas medicinales y culinarias utilizadas en el día a días de los dueños. En el jardín no era extraño encontrar rosas junto a plantas de vainilla, romero u orégano. Resulta fácil imaginar al ama de casa recogiendo del huerto, en un plato, las hojas del arbusto del orégano para luego dejarlas al sol durante un par de días hasta que pudieran fragmentarse con las manos. El resultado era guardado en un gran frasco y alojado en la alacena de la casa para utilizarse posteriormente en guisos e infusiones.

Hoy día, poca es la gente que cultiva sus especias en casa, siendo lo común conseguirlas en los mercados. Nuestro país es un importante productor de orégano para el consumo nacional e internacional. Las zonas productoras se encuentran en el clima semiáridos de estados como Chihuahua, Durango, Guanajuato, Coahuila, Baja California Sur, Oaxaca, Querétaro, Jalisco, San Luis Potosí, Zacatecas y Tamaulipas.

 

 

 

 

 

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Cuando Felicia, interpretada por la argentina Marga López, busca que su padre apruebe su relación con un joven idealista en los últimos momentos del gobierno de Porfirio Díaz, no sabía la cantidad de vicisitudes por las que tendría que pasar para realizar un amor que, a todas luces, parece imposible. La razón: Carlos, el joven al que hacemos referencia, interpretado por el recientemente fallecido Eduardo Noriega, es socialista. El padre de la chica, Fernando Soler, parece en un inicio aprobar la relación pese a la ideología del joven, quien le argumenta los beneficios que podrían traer a la nación sus tendencias políticas. Sin embargo, al fijar una fecha para la boda, Carlos se niega a contraer nupcias por el rito católico.

Esta cinta, filmada en 1950 por Julián Soler, retrata una vez más los problemas que se dan dentro de una familia de la época cuando las ideologías entran en juego. Basada en la película argentina Así es la vida (1939), este melodrama recorre la historia de nuestro país dando continuas referencias a aquello que acontecía en la vida pública (desde la caída de Díaz hasta la actuación del escuadrón 201 en el Pacífico) mientras se desarrolla la trama al interior del hogar.
En palabras de Emilio García Riera, “el surgimiento de una nueva clase media mexicana impuso en el país hábitos copiados en gran medida del modo de vida norteamericano. Esto motivó las aprensiones conservadoras del cine nacional”, mismas que vemos representadas continuamente en casi todos los personajes de la cinta. La madre abnegada, el padre autoritario, el tío oportunista y los apegados amigos español y libanés, recuerdan con melancolía los años que se fueron, el tiempo porfiriano, confrontándolo con su presente cada vez más difícil en una sociedad que cambia para mal, que vira hacia el libertinaje. Cuando la nieta, Silvia Pinal, llega casi al final de la cinta tras haberse escapado con su novio, es reprendida por el abuelo Soler. Felicia, la víctima del conservadurismo familiar, la alienta abiertamente a seguir sus instintos, a obedecer a su corazón y no a la tradición vetusta que entorpece y aniquila. La jugada del director es arriesgada: si se anhela tanto el pasado y se lamentan los peligros de la modernidad, ¿por qué Felicia confronta a todos con tal de que su historia no se repita en su sobrina? La respuesta es sencilla: debía conservarse la unión familiar pero tomando las cosas buenas del moderno México posrevolucionario, donde el ser socialista sería, ciertamente, menos desprestigiante que el ser porfirista.

BIBLIOGRAFÍA: Emilio García Riera. Breve historia del cine mexicano. Primer siglo, 1897-1997. México, IMCINE,1998, p. 157

POR CECILIA ALFARO GÓMEZ

Muchas mujeres somos consumidoras de cosas inservibles. Lo confieso, yo tengo cientos de pares de zapatos y bolsos… La pregunta sería ¿antes también se coleccionaban esta clase de objetos? Como todos sabemos, en el principio de los tiempos los hombres iban desnudos por la vida: cubrir sus partes pudendas se convirtió en una necesidad a causa de la gran cantidad de insectos a los que les gustaba resguardarse en esas zonas; de este modo fue que se inventaron una serie de prendas que debían ser útiles a los seres que habitaban la tierra. Dos de ellas, el zapato y el bolso, fueron modificando su uso práctico para convertirse en artículos de adorno personal.
El gusto por los zapatos empezó con la llegada de los españoles a nuestras tierras; aunque los nahuas usaban los llamados cactlis —sandalias con suelas hechas de fibra de agave— los peninsulares trajeron consigo los zapatos cerrados de cuero con lazos de tela y los pequeños bolsos de chinitas (chaquira filipina) que combinaban muy bien con aquellos suntuosos vestidos de las novohispanas. Así fue como estos accesorios se hicieron parte indispensable de los roperos en aquellas centurias.

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Fue el siglo XIX el que revolucionó la confección de todo tipo de accesorios y aunque gran cantidad de ellos se importaban de Europa y Estados Unidos, también existían las curiosas que fabricaban sus propios bolsos. Junto con los zapatos, las carteras de mano debían ir acompañadas de abanicos, parasoles, guantes, sombreros, joyería —como broches, anillos, collares y aretes—, adornos para el cabello y capas que hacían, junto con el vestido, un hermoso conjunto visual que hoy podemos seguir apreciando en los museos. La publicidad, madre de todos los vicios, llamaba a las señoras y señoritas a consumir estos productos en almacenes de prestigio como Al Puerto de Liverpool o El Palacio de Hierro.
Como parte de su guardarropa, la mujer decimonónica conoció las —hasta hoy en día— tan afamadas botas, que complementaban sus entallados vestidos porfirianos. Y aunque fue un suplicio calzarse esos botines, pues una señorita decente debía tener los pies pequeños, seguir los lineamientos de la moda era más importante que una simple deformación ósea. Sin embargo, el siglo XX llegó pleno de innovaciones que permitieron descansar los pies de las pobres mujeres. Inventos tales como los zapatos anatómicos y los tenis hacen descansar las columnas de aquellas que gustan ir por las calles montadas en tacones de 15 cm.
Nunca es tarde para evitar comprar toda esa cantidad de pares que vemos en las tiendas departamentales, pero… recuerden que en esta primavera predominan las alpargatas de telas tornasoladas y las zapatillas escotadas que dejan ver nuestros delicados pies, ¿en verdad valdrá la pena tener un par de esas en nuestros armarios?

Sugerencia de lectura:
Lydia Lavín y Gisela Balassa. Museo del traje mexicano. México, Clío, 2001, 6 tomos.

Artículo publicado originalmente en la revista Ritos y Retos del Centro Histórico, México, año VII, núm. 33, mayo-junio 2006 http://ritosyretos.com.mx/